Yo no soy tampoco capaz de analizar en profundidad todos esos cambios, pero apuntaré algunos aspectos que siempre surgen cuando las personas que están preocupadas por nuestra época hablan entre ellas.
Se ha dicho que la izquierda está en crisis, que sus ideas, heredadas de la Ilustración del siglo xviii, ya no funcionan en nuestro mundo de Internet, del IPhone y de Wikileaks. Los tres son productos del capitalismo, productos tan intangibles y lúdicos que los hacen tanto más atractivos para nuestras sociedades acomodadas. A lo único que están acomodadas nuestras vidas es a que les repitan siempre la misma canción sin pararse a pensar si la letra no quiere decir absolutamente nada. Una idea común es que el capitalismo y su panacea, el mercado, crearon las mismas libertades, las mismas oportunidades y la capacidad para que los individuos superasen las trabas de la "feudalidad" que las ideas revolucionarias, esa guillotina manchada de sangre. Esa misma idea se volvió a resucitar coincidiendo con el "análisis" del fracaso del comunismo después de la caída del Muro de Berlín en 1989, y se resucita cada vez que un movimiento o perspectiva de cambio, por pequeña que sea su capacidad de emancipación del pensamiento único del mercado y de las finanzas internacionales, se presenta en el mundo.
Se trata de una simplificación perversa. Los que quieren convencernos de esto olvidan que la prosperidad económica del liberalismo no trajo a la Europa postrevolucionaria de 1820 más libertades políticas (todo lo contrario, restauró el absolutismo), y que la Europa del Este post-Gorbachov es un caos en el que la corrupción, la mafia y la venta de la riqueza de la mitad de Europa se ha producido con el beneplácito de los conversos a la economía de mercado, tanto si eran rusos como, naturalmente, si eran occidentales. Misha Glenny, autor de MacMafia, ha calificado a la irrupción del capitalismo salvaje en la antigua URSS a partir del fracaso del golpe de 1991 y la ascensión de Boris Yeltsin al poder, como el mayor atraco perpetrado jamás en la Historia de un pueblo. Putin no se ha alejado demasiado de esta linea, aunque su versión del saqueo, el llamado autoritarismo de mercado, pueda parcer menos caótico y a los ciudadanos rusos se les pueda vender como patriotismo. Putin es más querido aún en Occidente que el impresentable de Yeltsin. El resto de países del antiguo bloque soviético son una mera sombra de esta situación.
Buena parte de los capitales utilizados para sentar las bases de la Revolución Industrial procedían del tráfico de esclavos. Ahí ya se anunciaba por dónde iban a ir los tiros: el dinero que se amasa con sangre trae sangre. La necesita para multiplicarse. Los obreros de Manchester no fueron encadenados para un largo viaje hacia América: quedaron recluidos en las fábricas. Una razón por la que los imperios español y portugués cayeron a partir de 1810 en manos de los que querían la independencia fue que estas clases no solo querían solo ser "patriotas" sino también comerciar en mejores condiciones con Gran Bretaña, el agente capitalista agresivo por excelencia del momento. Las clases acomodadas latinoamericanas han seguido el mismo patrón. La bandera del país ondea en lo alto para los pobres y ellos llevan su dinero a Suiza o Estados Unidos. En caso de problema serios, el Tío Sam vendrá a ayudarles. Por otra parte, hablar de Estados Unidos como un todo homogeneo es engañoso: los millones de pobres en el país más poderoso del planeta son el testimonio de que existen dos mundos en cada nación: en uno hay pocos que tienen mucho; en otro, hay muchos que no tienen nada.
Aunque no pueden negarse los excesos revolucionarios de 1789 o de 1917 (o los de 1936 en España), hay que tener en cuenta que fueron alentados por siglos de opresión de las masas populares, que finalmente habían tomado conciencia de su poder. La Revolución no fue ni más ni menos sangrienta que los otros acontecimientos que convivieron con ella. El final del siglo XVIII vio las guerras napoleónicas. Napoléon tenía de jacobino lo que yo de estrella del ballet Bolshoi; sin embargo su aventura imperial costó a Europa más muertos que la Revolución y trabajó a favor de la burguesía del dinero, tanto francesa como, a la larga, del resto de potencias europeas que le habían derrotado.
Antonio Muñoz Lorente