lunes, 14 de febrero de 2011

Rescate (y 3)


 El bolchevismo instauró en Rusia un régimen de terror, efectivamente, pero su odio hacia la burguesía procedía de la incapacidad de esta clase por gobernar Rusia, de la invalidez mental de régimen zarista y de la conspiración que las potencias europeas armaron contra el nuevo régimen en 1917. El bolchevismo triunfó en Rusia en medio de la matanza de la Primera Guerra Mundial. En un momento en que se utilizaban gases axfisiantes, cañones de calibres gigantescos y se entregaba a miles de hombres a la muerte entre las alambradas, resulta de una ingenuidad rayana en el cinismo pensar que Lenin pudiera instaurar un régimen político negociando con los elementos más reaccionarios de los nostálgicos zaristas. Rusia estaba en guerra, en guerra mundial y en guerra civil. Destruir a Rusia fue algo en que aliados y alemanes estaban misteriosamente de acuerdo. Los alemanes habían invadido Rusia en 1916 y al año siguiente, cuando Lenin se hizo con el poder, las fuerzas invasoras llegaban ya hasta Rostov del Don, lo que significa que estaba en su poder la gran parte de la Rusia europea y sus regiones más ricas. Los bolcheviques tuvieron que librar una guerra de exterminio.
Sus enemigos no eran mejores. Sin embargo, hay personas que guardan un romántico recuerdo de los ejércitos contrarrevolucionarios, sus feroces pero simpáticos cosacos –antisemitas vocacionales–, sus uniformes blancos e impólutos. Todo el mundo recuerda a los emigrados rusos blancos que trabajaban como taxistas en París: algunos de ellos eran incluso condes. No es más que una sarta de mentiras. Recientemente, El almirante, una película rusa ha ensalzado la figura de Kolchak, comandante de los ejércitos blancos. Es como si se hubiera hecho una película sobre Ricardo Corazón de León o Gandhi. Imaginemos qué reacciones hubiera despertado una película favorable a Lenin, o aún a Trostky, por no hablar del terrible Stalin. Todavía hay sesudos cronistas de la realidad que se declaran antiestalinistas; no digo que no sea una empresa loable, ¡pero Stalin murió en 1953! No quiero decir que estos fueran figuras ejemplares –nadie que ostenta el poder y tiene que bregar con él es especialmente simpático y a menudo es cruel–; estoy diciendo que las cosas toca mirarlas hoy así y mañana asá. Y que nunca depende de nosotros elegir el guión para verlas, elegir el lente que enfoca la realidad. Depende de otros. En la medida en que perdamos de vista eso, perdemos una parcela tras otra de nuestra capacidad crítica y por lo tanto de nuestra libertad. 
                                                                                 Antonio Muñoz Lorente